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El tiempo es el único que pone las cosas en su sitio. Hace ya cinco meses desde que volvimos a casa y desde entonces, todo se ha colocado donde tiene que estar, más o menos: el cuerpo y el ánimo.
El sentimiento de derrota dio paso al de resignación. El hecho de llegar a Santiago, aunque fuera en coche, fue un bálsamo para el espíritu, dándome la oportunidad de replantearme qué es hacer el Camino.
Marché buscando soluciones... y encontré respuestas. Respuestas incluso a interrogantes no planteadas. Dicen que del Camino uno no vuelve nunca vacío, y es cierto. Aprendí que, a veces, querer no es poder; el entusiasmo no es suficiente para enfrentar tu cuerpo a un esfuerzo que sobrepasa los límites habituales, a no ser que seas joven; el Camino necesita un entrenamiento físico previo. Aprendí que el factor suerte existe, y que puedes caer enfermo sin previo aviso. Redescubrí el poder del Camino de vaciarte de ti misma, darte la vuelta y volverte a llenar de algo que te acompañará toda tu vida.
De nuevo, tuve mi personal encuentro con ese Dios en el que confío, aunque esta vez tuvo que soportar a una peregrina quejica y llorona, con momentos de rabia y de impotencia pero también de agradecimiento pleno.
Entendí el por qué de los peregrinos que planifican su viaje por temporadas, incluso años, sin la necesidad imperiosa de llegar a Compostela de una atacada. El Camino no es llegar, es IR YENDO. Y en ese devaneo, el encuentro con uno mismo, con Dios y con los demás. De los tres, esta vez no he podido disfrutar del último. Espero hacerlo la próxima.
También aprendí que la motivación es algo personal y que no podemos arrastrar a los demás con nuestro entusiasmo sino invitarlos a compartirlo y en ese ir, respetar sus tiempos y sus ritmos.
Cinco meses más tarde, con un saldo de seis uñas perdidas, bastantes lágrimas y una visita a Urgencias, puedo afirmar que este Camino no ha sido un fracaso, ha sido un Camino...DIFERENTE, con muchas lecturas, todas positivas. Y tengo la certeza de que volveré a calzarme mis botas, volveré a agarrar mi bordón y emprenderé de nuevo la marcha para dejarme traspasar por tan sencillo milagro, para dejarme abandonar a lo que vaya surgiendo, sin prisas y en libertad.