¡Amaneció lloviendo ¡Y con trece grados! ¡Qué frío! Hoy ha sido un día grande y muy emotivo, día del Señor. Salimos tempranito para llegar a tiempo a la Catedral, casi una hora en marcha hasta Santiago. Y en el camino nos encontramos con otros peregrinos que culminaban su peregrinación a pie, con sus capas de lluvia y mi remordimiento por hacer "trampa" se hizo un poco presente.
Una vez en la ciudad, emprendimos a pie los últimos metros hasta llegar a la Plaza del Obradoiro y el sonido de la gaita nos saludó al pasar por el arco que da acceso a la plaza. ¡Cuántas veces imaginé este momento, entrando a pie, agotada, con mi mochila a cuestas y mi bastón marcando el paso! Emoción muy intensa, emoción del alma y lágrimas, muchas lágrimas de agradecimiento. Todo estaba tal y como lo vimos la primera vez, salvo los andamios de la fachada de la Catedral que afean un poco pero que nos otorgan la premisa de poder admirar más adelante la gran belleza del edificio.
La puerta de la fachada principal estaba cerrada así que accedimos al interior por la Plaza de las Platerías y nos sentamos justo al lado del Altar Mayor, esperando para celebrar la Misa del Peregrino. El templo se llenó al completo: peregrinos, turistas,...La misa, concelebrada, esplendida. Compartir el Padre nuestro en varios idiomas, emocionante, ¡esa sensación de hermandad...! Y poder presenciar el vuelo del botafumeiro en primera línea, escalofriante.
Tras finalizar la Misa, nuestro abrazo al Apóstol, el mío, como siempre, con encargo, de esos que hay que despegar con espátula. ¡Tanto que pedir, tanto que agradecer! No se trata de abrazar una imagen sin más, el gesto va más allá del hecho, con un profundidad que sólo un creyente puede entender. Después visitamos la cripta. Fuera, la lluvia empezó a arreciar, con tormenta incluso, así que decidimos quedarnos dentro de la catedral hasta que amainara.
Pasado un buen rato, visto que aquello no aflojaba, decidimos comprar unos chubasqueros o algo para la lluvia, así que saliendo por la Plaza de la Azabachería, nos compramos nuestro primer souvenir: dos hermosos paraguas. Y corrimos a resguardarnos bajo los soportales del Ayuntamiento, frente a la fachada principal de la Catedral. La Plaza del Obradoiro se veía vacía salvo algún peregrino que pasaba corriendo bajo la cortina de agua. Ahora llegó el tiempo de ser turista, de callejear en la medida de lo posible, de saborear, de deleitar los sentidos, de dejarse impregnar por el ambiente de esta ciudad tan hermosa. Pasear por Santiago es un inmenso placer, aunque sea con lluvia, o tal vez la lluvia sea parte intrínseca de esa belleza.
Y llegó el tiempo de retornar, de despedirse, de decir ¡hasta pronto!, de desear coronar la ruta al estilo peregrino, con éxito, sin contratiempos. Ahora tocaba volver a casa, recuperar fuerzas y salud, y meditar sobre todo lo ocurrido.
REFLEXIÓN PERSONAL:
¿Cuántas veces uno imagina sucesos venideros y le pone caras y situaciones que luego no se dan? La vida es así de impredecible. Del dicho al hecho hay más que un simple trecho, a veces, incluso, un abismo. La suerte, el destino,... que sé yo, de lo soñado a lo que realmente acontece, suele parecerse lo que el blanco al negro. Imaginé una entranda triunfante, agotadora y emotiva. Bueno, al menos, conseguí una de tres. Y, sin embargo, doy gracias por estar aquí, por contemplar de nuevo tanta belleza. Cierto sabor amargo me acompaña pero tengo, no sólo la esperanza, sino la certeza de que volveré. He comprobado en carne propia que cada Camino es diferente, yo no soy la misma peregrina de hace dos años y mis circunstancias, tampoco pero la esencia sigue estando ahí, lo mismo que el deseo de volver. Regreso a casa con mi "mochila" renovada para bien.
Tras finalizar la Misa, nuestro abrazo al Apóstol, el mío, como siempre, con encargo, de esos que hay que despegar con espátula. ¡Tanto que pedir, tanto que agradecer! No se trata de abrazar una imagen sin más, el gesto va más allá del hecho, con un profundidad que sólo un creyente puede entender. Después visitamos la cripta. Fuera, la lluvia empezó a arreciar, con tormenta incluso, así que decidimos quedarnos dentro de la catedral hasta que amainara.
Pasado un buen rato, visto que aquello no aflojaba, decidimos comprar unos chubasqueros o algo para la lluvia, así que saliendo por la Plaza de la Azabachería, nos compramos nuestro primer souvenir: dos hermosos paraguas. Y corrimos a resguardarnos bajo los soportales del Ayuntamiento, frente a la fachada principal de la Catedral. La Plaza del Obradoiro se veía vacía salvo algún peregrino que pasaba corriendo bajo la cortina de agua. Ahora llegó el tiempo de ser turista, de callejear en la medida de lo posible, de saborear, de deleitar los sentidos, de dejarse impregnar por el ambiente de esta ciudad tan hermosa. Pasear por Santiago es un inmenso placer, aunque sea con lluvia, o tal vez la lluvia sea parte intrínseca de esa belleza.
Catedral de Santiago de Compostela, Puerta Santa |
Y llegó el tiempo de retornar, de despedirse, de decir ¡hasta pronto!, de desear coronar la ruta al estilo peregrino, con éxito, sin contratiempos. Ahora tocaba volver a casa, recuperar fuerzas y salud, y meditar sobre todo lo ocurrido.
REFLEXIÓN PERSONAL:
¿Cuántas veces uno imagina sucesos venideros y le pone caras y situaciones que luego no se dan? La vida es así de impredecible. Del dicho al hecho hay más que un simple trecho, a veces, incluso, un abismo. La suerte, el destino,... que sé yo, de lo soñado a lo que realmente acontece, suele parecerse lo que el blanco al negro. Imaginé una entranda triunfante, agotadora y emotiva. Bueno, al menos, conseguí una de tres. Y, sin embargo, doy gracias por estar aquí, por contemplar de nuevo tanta belleza. Cierto sabor amargo me acompaña pero tengo, no sólo la esperanza, sino la certeza de que volveré. He comprobado en carne propia que cada Camino es diferente, yo no soy la misma peregrina de hace dos años y mis circunstancias, tampoco pero la esencia sigue estando ahí, lo mismo que el deseo de volver. Regreso a casa con mi "mochila" renovada para bien.
(Siguiente etapa) |
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