Cada Camino es distinto, ni el tiempo en el que trancurre ni la persona en si son los mismos. Aún así, llegando o abandonando, la experiencia siempre es enriquecedora. El Camino tiene la virtud de romper todos los esquemas preconcebidos dándonos la vuelta y volviéndonos a recomponer. Si quieres ver como me ha marcado a mí, sólo tienes que clicar en cada pestaña, espero que el viaje te resulte tan enriquecedor como ha sido para mí. ¡Buen Camino!
"El Señor dijo a Abraham: Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré" Gn 12,1

sábado, 22 de agosto de 2015

TERCERA ETAPA: Sarria - Melide (58,2 km. en coche)



Rio Sarria a su paso por Samos

CRÓNICA DE LA ETAPA:

Día agridulce el de hoy. Amanecimos mal, con el ánimo por los suelos a pesar de la decisión de llegar a Santiago. Y el tiempo quiso hacerse partícipe de nuestro sentimiento, la temperatura había bajado un montón y la previsión era de lluvia para la tarde. Físicamente, igual. Mi dedo dijo "aquí estoy yo" y parezco una guiri con sandalias y calcetines. Como el autobús de vuelta a Piedrafita, donde habíamos dejado el coche, no salía hasta media tarde, hemos pasado toda la mañana sentados en un parque junto a la Iglesia de Santa Marina, porque tampoco teníamos ánimo para hacer algo de turismo. En el albergue había que desalojar a las 8:30, aún así, nos dejaron guardar las mochilas sin ningún problema.

Llegada la hora, fuimos a recogerlas y Álvaro, el hospitalero, cariñosamente nos regañó por no haber compartido licores junto a la chimenea la noche anterior. Decía que no nos iban a dar la Compostela por eso.  Le explicamos los motivos de nuestra marcha y nos deseó un buen retorno. Ya en la estación de autobuses, nos montamos en el microbús que nos llevaría a Piedrafita y nos pusimos en marcha.  A medio viaje, el bus hizo una parada en uno de los pueblos para que se bajaran algunos pasajeros y cuál fue mi sorpresa al retirar la cortina de la ventanilla y encontrarme frente a frente con la pared del Monasterio de Samos. ¡Qué emoción más intensa! Al final lo iba a ver aunque fuera por unos minutos, y en esos pensamientos estaba cuando mi marido me dijo: "No te preocupes, ahora de vuelta a Melide, paramos y lo visitamos". El ánimo empezó a cambiar, así, como una brisilla agradable en el corazón. 

Así que nos bajamos en Piedrafita, almorzamos y recogimos nuestro coche poniendo rumbo a Melide, ¡pasando por Samos! Dicen que cada camino tiene su lugar mágico, ése que te transmite un sentimiento único y especial.  En nuestro primer camino, el portugués, fue Pontesampaio. En este camino ha sido Samos, no sólo el Monasterio en sí, que es impresionante sino también el río Sarria a su paso por el lugar, con su Capilla del Salvador o del ciprés (debido al enorme árbol de esta especie que se encuentra casi adosado a sus muros, con más de mil años de antigüedad). La paz que te transmite el lugar es tan intensa, se puede sentir a Dios tan cerca.

Capilla del Salvador, s. IX (Samos)

El Monasterio es colosal, impresionante, con dos claustros espectaculares, uno de ellos, el más grande de España. El lugar ideal para retirarse del mundanal ruído y abandonarse a lo que Dios te quiere decir y simplemente... escuchar.

La visita, perfecta, excelentemente explicada por la guía. El toque en contraste, una boda "cuquifashion" en el templo que no nos dejó verlo en condiciones (aunque tal vez, los novios pensaron lo mismo de nosotros).




Con el ánimo bastante recompuesto, retomamos nuestro viaje hasta Melide para descasar cuerpo y espíritu. Nos alojamos en el Hotel Carlos 96, que recomiendo cien por cien, por calidad, servicio y precio. Nos quedaba otra sorpresa muy agradable para terminar el día: cenar  un riquísimo pulpo a la gallega en la Pulpería Ezequiel, parada obligada del buen peregrino, acompañado de un ribeiro bien fresquito y compartir ambiente peregrino aunque fuera "de cascarilla".

REFLEXIÓN PERSONAL:

Mi primer Camino fue un aluvión constante de impresiones, de reflexiones personales. Éste es, tal vez, más escueto pero igual de intenso, supongo que por los derroteros que tomó esta singladura. Mis pensamientos no son tan eufóricos pero sí más nítidos y descarnados, sin la efusividad de la primera vez.

Hoy me quedo con el sentimiento de esperanza, de que lo malo no es para siempre; de la pasión hecha forma de vida o el sentido de ser hospitalero; del significado de la familia y de los amigos, los de verdad.

Hoy me quedo con el silencio de una pequeña ermita, con el murmullo del río, con la serenidad de un claustro ajardinado. Mañana, Santiago.



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